Salinas cuya producción se basa en la evaporación natural de aguas salinitrosas. Explotadas en época islámica, en 1257 pasan a manos de Jaime I de Aragón, que se las entrega al Concejo de Teruel para su custodia (1269). Durante la Baja Edad Media y la Moderna, su arriendo fue una importante fuente de ingresos para las arcas reales. Dada su cercanía a la frontera castellana y su importancia económica, en 1357 Pedro IV ordenó fortificar su torre, reforzando en 1358 su defensa con 50 ballesteros.
En 1257, Sancho Fernández de Azagra permutó el castillo de Arcos y otra fortaleza con el rey Jaime I, a cambio de Villafeliche. En 1258, Jaime I lo legó a Teresa Gil de Vidaure y al infante Pedro. En 1357, Pedro IV ordena fortificar el lugar de Arcos, ante el temor a que éste sea ocupado por los castellanos; en febrero de 1358 su defensa se refuerza con ballesteros. Dada la proximidad con la frontera castellana, el recinto amurallado que protege la villa pudo erigirse también en el siglo XIII.
La villa de Arcos existía de forma previa a la conquista aragonesa de este territorio. En 1232 se documenta como escenario de las correrías de las huestes concejiles de Teruel sobre territorios fronterizos islámicos. En 1236 pertenecía a Abu Zeyt, vasallo del rey de Aragón convertido al cristianismo. El enclave pasó a manos del Señorío de Albarracín, siendo recuperado por Jaime I en 1257, que en 1269 lo trasfiere al Concejo de Teruel quedando definitivamente integrado en su Comunidad de aldeas.
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